miércoles, 6 de julio de 2016

Momentos para limpiar la vida



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La vida es cambio, asumirlo es la única manera de poder disfrutarla. Cambio incluso cuando nada cambia y de alguna forma, ese inmovilismo incomprensible, te hace de nuevo reorientar tus propios prejuicios, juicios u opiniones.
No podemos bañarnos dos veces en el mismo río, ya lo decía -o se atribuía Platón-, y es tan verdad como que cada vez que te bañas en un río o haces cualquier otra cosa ni el río ni tú mismo eres la misma persona que fuiste ayer.
Cada día que pasamos y cada experiencia nos hace modificar el prisma a través del que miramos e interpretamos el mundo,  a veces el prisma se vuelve celeste y todo lo que vemos está cargado de optimismo, de luz; otras veces las malas experiencias nos hacen proyectar sobre el mundo una sombra oscura que se nos devuelve como pesimismo.
Las malas experiencias quizás dejen profundas marcas que, acumulativamente, harán nuestro prisma más opaco, y que nos harán - según la suerte o desafortuna de cada cual -, según avanzan los años, ver el mundo  de una forma cada vez más negativa...
O podemos quizá poner en positivo tantas cosas, algunas que incluso no percibimos en la cotidianidad, que cada vez nuestro prisma sea más limpio, más claro, que el azul del mar se refleje en el y nos haga superar cualquier bache manteniendo una mirada fresca sobre el mundo.

De estas últimas cada día está repleto:

De miradas profundas que con real interés se clavan en tus ojos,
de charlas amistosas con quién busca compartir y entender,
de aires perfumados de mar y jazmín que llegan al balcón,
o de matices de puchero a la hora comer.

De momentos para observarte mientras te duermes,
dejando tus párpados caer,
y sentir tu tranquilo respirar
y dejarme llevar por tus sueños de Paz.

De despertares cada mañana
con tu sonrisa plena y jovial
que marcan el inicio del día
y tus ojos determinan el final.

De tu llanto muy auténtico
y de tu sonrisa tan real
de miradas que miran si miran
de risas sin matices,
de balbuceos sin igual,
y de no saber, por suerte,
tu tristeza disimular.

De verte tu cara sin careta
que te haga por el mundo divagar
y decirte que cuando tengas una sea tuya
que no sea la de nadie más.

De no querer escribir de mi
y salirme cada frase para ti,
que yo sea ahora tu y tu no seas yo
y que mi destino esté en juego
en la ruleta mágica de nuestro amor.



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