Foto: @marietepiz
A veces el día no empieza tal cual quisieras. Te levantas más tarde de lo que pretendías, preparas el desayuno aunque tampoco te apetece demasiado, aún tienes el empacho de la cena de anoche, la cual, tampoco te apetecía demasiado.
Te preparas un té a duras penas, el papel para sujetar la bolsa va dentro de la taza y en lugar de aderezarlo con un chorlito de leche, es con zumo de piña y uva, !coño¡ lo pone bien claro.
En 20 minutos ya estas asqueado con el día, y eso que anoche volviste a ver el discurso de Steve Jobs de Stanford y alguno de Emilio Duró en plan auto-coaching, pero, algo ha pasado que no han trascendido la noche.
Mientras tomas el desayuno una vez arreglados los desaguisados, te fijas que sobre la mesa cae una luz brillante, potente (lógico, son las 11 de la mañana), que te hace comenzar a pensar algo más en positivo. Al final de todo es posible que, lo importante, y quizá lo único que valga realmente la pena, sea esto, poder sentir esta luz una mañana más, poder mirar al cielo que sólo alberga alguna tímida nube y respirar profundo, percibiendo ese aroma tenue a hierba mojada que aún se mantiene de la madrugada, escuchando ese pájaro que monta jaleo desde las 5, pero que nunca te ha molestado; sentir que el día se ha creado para ti, para que puedas sentirlo a cada instante, puedas jugar a la suerte del destino con cada decisión que hoy tomes o que dejes sin tomar...y al final del día, esa luz se desvanecerá, el pájaro se resguardará en su nido y todo cesará, sólo quedando tu y las sensaciones que hayas percibido, mañana, intentemos, que sean todas positivas.